jueves, 26 de marzo de 2020

¡Es la globalización, estúpido!

Remitido por Andrés Aguilera

Es la globalización, estúpido!
A propósito del COVID-19.

   Parafraseo a Carlos, que su vez parafrasea a Bill Clinton como él mismo apunta. No voy a hacer comentarios sobre el articulo de esa periodista Sonia Shah, que como constata Pepa y según la Wikipedia, tiene grados en Filosofía y Neurociencias (menudo pastiche) y convive con un “Ecólogo Molecular” (cuando sea mayor quiero ser Filósofo Molecular o quizás Psicólogo Nuclear, ya puestos). 

   No me gusta de estos/as predicadores/as y/o adivinos que en muchos casos no se apoyan en una base científica contrastada (recordad la lluvia ácida), haciendo un flaco favor a la causa. Eso sí, el bolsillo lo llenan. Esta lo hace dignamente a base de “best-sellers”. Un tal Al Gore lo hizo con un “espectáculo” visual que paseaba por el mundo vendiéndolo por sumas obscenas, entre otras, a instituciones públicas.

   El “hombre”, un animal social, ha ido modificando el planeta desde que inventó la agricultura y la ganadería apoyándose, entre otros, en dos pilares: el conocimiento y la, cada vez mayor, globalización (el término lleva implícito la comunicación). Sin duda la globalización conlleva riesgos: el desplazamiento de tropas en la 1ª guerra mundial extendió la gripe “española”; los “conquistadores” llevaron epidemias a América; y si la peste negra (bacteriana) del siglo XIV no alcanzó América fue porque no habíamos llevado aún la globalización al Nuevo Mundo. Un SARS-Cov-2 tenía que aparecer tarde o temprano; pero si como otros virus que surgen en Asia, lo hubiese hecho en la época de Mao con una China cerrada al mundo, la dinámica de su propagación habría sido muy diferente.

   El propósito real de este post es llamar vuestra atención sobre un video de 2015, por si no lo habíais visto. 8 min 30 segundos con contenido, de otra forma de ver las cosas.


martes, 24 de marzo de 2020

Vamos a ver

Remitido por Pepa Guerrero, con especial dedicación a los compañeros docentes.

         ¡Vamos a ver!
         Esta es una expresión que utilizaba con frecuencia para “poner los puntos sobre las íes” en mi aula cuando la cosa amenazaba descontrol que es, sinceramente, lo que creo que está ocurriendo en lo que se refiere a las tareas por “tele-clase” o al trabajo que se está mandando a los alumnos para seguir desde casa.
         Después de recoger y contrastar información sobre esto desde diversas fuentes (soy de formación y espíritu científicos), me gustaría hacer públicas las siguientes consideraciones, poniendo por delante el respeto y la estimación que me merecen el trabajo de los profesores y el papel de los padres.
         Por desgracia, esta situación, tan terrible y caótica, no ha permitido hacer una reflexión previa ni llevar a cabo una coordinación eficaz entre el profesorado; ha obligado a improvisar, y la improvisación raramente tiene como consecuencia la racionalidad y mucho menos la excelencia. Sé que los profesores están preocupados y que están haciendo un trabajo considerable que, por desgracia, está resultando en muchos, muchos casos poco o nada productivo, cuando no contraproducente. Y es que hay que evitar por todos los medios que se convierta en la mera transferencia de su labor, tras la que hay una inestimable preparación y profesionalidad, a los padres, entre cuyas responsabilidades no debería entrar, y mucho menos con este protagonismo, la instrucción -digo instrucción- de sus hijos.
         Hay centros -privados en su mayoría- en los que los profesores ESTÁN telemáticamente, interactuando de forma efectiva con sus alumnos. Con mejores o peores resultados, eso se verá en su día, pueden seguir su ritmo, administrar los contenidos, corregir las actividades, evaluar y reprogramar. Pero en muchos casos, la “telemática” disponible solo se está empleando -quizá no permite otra cosa- para mandar tareas, generalmente de forma unidireccional. Hay quienes dicen que algunos profesores actúan así por comodidad, y aunque pienso que puede que no les falte razón, también dirijo a ellos mis comentarios, pues no pueden quedarse fuera de juego.
         No podemos ignorar que el sentir general, y la queja, es que se mandan muchas tareas y que estas requieren un considerable tiempo y esfuerzo, que frustra a los alumnos y que recae, fundamentalmente, EN LOS PADRES. Lo del tiempo puede ser asumible, bastaría con más dedicación, pero el esfuerzo requerido, en muchos casos insuperable de forma autónoma por parte de los alumnos, es indicador de que algo no se está haciendo bien. Y, sobre todo, algo no se está haciendo bien cuando no hay satisfacción general ni de padres, ni de alumnos, ni de profesores. Para ilustrar lo que digo baste con saber que hay grupos de wasaps en los que ¡los padres! se intercambian deberes de sus hijos resueltos por especialidad.
         Y es que dentro de lo acuciante y desolador que esta situación resulta para tantas familias, lo que prometía ser un tiempo de convivencia entre sus miembros, integrando por supuesto y para tranquilidad de los padres, las tareas escolares, se está convirtiendo para muchos en un elemento de presión que a la vez está beneficiando a los alumnos “buenos” (siempre hay y habrá alumnos que aprenden con o sin profesor) o a los que disponen de medios y de padres formados. Y esto actúa claramente en el sentido de acrecentar las diferencias entre ellos, algo que el trabajo del profesorado en el aula debe gestionar y utilizar en beneficio de todos. Los padres también advierten que un aula no es un hogar y que en este existen múltiples estímulos difíciles de obviar, cuanto más de aprovechar.
         Profesores de Educación Primaria ponen de manifiesto la frustración que les supone mandar fichas y fichas a alumnos que saben que solos no podrán cumplimentar o la imposibilidad de enseñar telemáticamente procedimientos tan fundamentales como coger bien el lápiz o mantener la mesa ordenada mientras trabajan.
         Pero es que, además, se puede llegar a una paradoja socialmente peligrosa: pensar que, si esto fuera posible, fácil y productivo, estaríamos afirmando que la institución escolar es innecesaria, suprimible o sustituible por un ordenador o cualquier medio telemático.
         Aunque se podría abundar más en estas y otras consideraciones de índole similar, quiero exponer en este punto de mis reflexiones que mi criterio, compartido con muchos docentes, es que estos días deberían emplearse para llevar a cabo procedimientos que las exigencias y prisas diarias no permiten acometer (los profesores saben cuáles son los más indicados para su materia o nivel) y, en cuanto a contenidos, aprovechar este tiempo para aprender lo que se ha quedado atrás o no se ha fijado bien y reforzar los conceptos básicos y fundamentales en los que asentar aprendizajes posteriores con flashes de recuerdo y actividades bien diseñadas, que se evalúen y permitan avanzar. Y en estas circunstancias es fundamental proporcionar un ritmo y unos plazos asequibles y una comunicación adecuada y estimulante.
         La situación es dolorosa, pero tenemos por delante un tiempo precioso para hacer que los alumnos fomenten su autonomía y terminen el día con la sensación de que han alcanzado aprendizajes útiles y gratificantes, que se les han puesto retos que han sabido superar. Una madre manifestaba su contento porque había enseñado a su hija, que le preguntaba cómo debía dirigirse en un correo a una profesora para que le aclarara una duda; sabía que el lenguaje incorrecto y presuroso que utiliza en sus comunicaciones con los amigos no era el adecuado. Eso sí que es enseñar un procedimiento. Y una profe relata su asombro porque dos de los alumnos menos participativos y más disruptivos en clase son los que más le están dirigiendo consultas(!) Es una buena oportunidad para conocer realmente a las personas que se sientan en los pupitres.
         Espero que en mi escrito no se lea ni entrelea una crítica hacia nadie, pues solo pretendo exponer que, ante lo que tenemos encima, aprender un poco más tarde (y digo aprender un poco más tarde, no desechar) las oraciones compuestas, las ecuaciones de segundo grado o las guerras napoleónicas, por ejemplo, resulta insignificante en comparación con que alumnos más conscientes, más responsables, más satisfechos y seguramente también más maduros, retomen las aulas. Y no digamos si encima son recibidos por profesores más experimentados y mejor valorados por una sociedad que ha percibido su trabajo no como una carga que añade presión a sus vidas en unos momentos tan dolorosos, sino como la ayuda que les ha permitido conocer mejor a sus hijos y verlos aprender a pesar de su necesario confinamiento.
         Así pues, sin un elemento que coordine y aglutine, apelo al sentido común, a la empatía y a la responsabilidad de cada uno para que todos, en la medida de nuestras posibilidades, contribuyamos a que COVID 19 se vaya cuanto antes para quedarse allí donde la evolución lo lleve y ojalá que sea a la extinción.

Quiero avalar mis comentarios y a la vez desechar cualquier sospecha de corporativismo o de defensa del papel de madre (no lo soy), diciendo que soy profesora jubilada de Educación Secundaria, catedrática de Biología, que me he dedicado muchos años y sigo dedicándome a la Didáctica de la Ciencia y a la formación del profesorado y que valoro sobremanera los conocimientos y el aprendizaje. Quizá justamente por esto me permito hacer estos comentarios cuya lectura y posible difusión no solo permito, sino que agradezco.

Pepa Guerrero

domingo, 22 de marzo de 2020

Remitido por Agustín Vioque

Queridos amigos, adjunto un enlace a un video de la serie “Charlas junto a la chimenea” del profesor Charles Cockell de la Universidad de Edinburgo. Para que os entretengáis pensando sobre los virus.
Un abrazo, espero que todos estéis bien.
Agustín


sábado, 21 de marzo de 2020

Días sin agenda

   Queridos amigos y colegas: estoy con Juan Mena y con los que se han manifestado en el sentido de que pongamos en común las noticias de índole científica que nos lleguen por medios fiables, y, sobre todo, las que podáis aportar los que estáis en la investigación.
   Y, para empezar, me atrevo a mandaros el siguiente texto.
   Aprovecho para desearos a todos una reclusión lo menos dolosa posible de la que, incluso, seamos capaces de sacar provecho.
   También quiero dar las gracias -yo no tengo Facebook- a todos los que ponen su ingenio, su creatividad y su gracia a sacarnos sonrisas y algunas risas en estos días sin agenda ni calendario.

Días sin agenda
            Hoy me he dispuesto a dedicar este día de regalo forzoso a leer lo que me va llegando de índole “científica” referente a Covid 19; y lo pongo entrecomillado porque, la mayoría de las veces, lo que llega no tiene nada que ver con la Ciencia.
            Acabo de leer el artículo que nos manda Carlos R. Zarco y, aunque casi siempre rechazo lo de índole supuestamente ecológica porque con frecuencia no tienen nada de ecología y sí mucho de ideología y demagogia, tengo que reconocer que este me ha gustado, por lo que voy a explicar.
            Antes de leerlo he indagado sobre su autora, Sonia Shah, de quien no tengo el gusto de tener ninguna referencia. Resulta que es periodista (uffff), y  tiene un BA en periodismo, Filosofía (uff) y Neurociencia (algo es algo), pero -y me hace mucha gracia- dice que vive con un “ecologista molecular”, con el que tiene dos hijos, cuyos nombres hasta aparecen.
            Bueno, dejando su cv en sordina, os digo que el artículo me ha gustado y paso a hacer un breve resumen de su contenido.
            Comienza con una pregunta de gran calado: ¿Por qué las pandemias se suceden a un ritmo cada vez mayor? Y a continuación da la respuesta, clara y contundente: por la destrucción acelerada de los hábitats.
            Pasa después a enumerar algunos de los virus que han “saltado entre especies” (explicando en qué consiste ese salto), como el VIH, EBOLA, ZIKA o COVID 19, y cita y argumenta las intervenciones humanas que los han forzado a abandonar a sus huéspedes naturales e invadir a otras especies, la nuestra entre ellas.
            Estas actuaciones son:
-       La deforestación
-       La industrialización desenfrenada
-       La urbanización invasiva
            Explica cómo estas intervenciones han llevado a organismos patógenos que vivían con sus huéspedes a buscar su sustento en otros lugares, donde han chocado con el hombre y han permitido que sus patógenos fluyan de uno a otro. Aquí expone algunas medidas de carácter político y social, con fundamentos biológicos, que podrían contribuir a frenar estos procesos.
            También comenta, entre otros ejemplos, cómo la producción masiva de carne para alimentación humana favorece el amontonamiento de individuos y el mal almacenamiento de sus restos y excrementos, lo que también actúa en el mismo sentido, aparte de las consecuencias contaminantes.
            Cita eventos sociales, como la expansión colonialista en África, a la que atribuye la causa probable del salto que dio a humanos el lentivirus del macaco, que mutó a VIH.
            Me gusta que acabe diciendo que estos saltos en la naturaleza no son nuevos, sino que vienen ocurriendo desde el Neolítico y concluye con la frase del epidemiólogo Larry Brilliant: “la emergencia del virus es inevitable, pero no las epidemias”.

Remitido por Pepa Guerrero

¡Es la Ecología, imbécil!

Respondiendo al deseo de algunos compañeros quiero contribuir al debate científico que nos plantea la crisis del coronavirus (Covid-19), la cuestión del origen y la solución a largo plazo.
Creo que las alusiones a las batas, amigo Juan Mena, están aquí de más. ¡El Covid-19 es una cuestión de botas!
O mejor, lleguemos a una síntesis: hoy día ningún problema biológico se puede abordar, y mucho menos resolver solo con las batas o con las botas. Hay que olvidar esos viejos paradigmas.
Y quien no lo vea así solo tiene que leer el artículo cuyo enlace acompaño:

Contra la pandemia, la Ecología

Es un poco largo, pero merece la pena. Os dejará una visión nueva del problema.

Bona diagnosis, bona curatio