¡Vamos a ver!
Esta es una expresión que utilizaba con frecuencia para “poner los puntos sobre las íes” en mi aula cuando la cosa amenazaba descontrol que es, sinceramente, lo que creo que está ocurriendo en lo que se refiere a las tareas por “tele-clase” o al trabajo que se está mandando a los alumnos para seguir desde casa.
Después de recoger y contrastar información sobre esto desde diversas fuentes (soy de formación y espíritu científicos), me gustaría hacer públicas las siguientes consideraciones, poniendo por delante el respeto y la estimación que me merecen el trabajo de los profesores y el papel de los padres.
Por desgracia, esta situación, tan terrible y caótica, no ha permitido hacer una reflexión previa ni llevar a cabo una coordinación eficaz entre el profesorado; ha obligado a improvisar, y la improvisación raramente tiene como consecuencia la racionalidad y mucho menos la excelencia. Sé que los profesores están preocupados y que están haciendo un trabajo considerable que, por desgracia, está resultando en muchos, muchos casos poco o nada productivo, cuando no contraproducente. Y es que hay que evitar por todos los medios que se convierta en la mera transferencia de su labor, tras la que hay una inestimable preparación y profesionalidad, a los padres, entre cuyas responsabilidades no debería entrar, y mucho menos con este protagonismo, la instrucción -digo instrucción- de sus hijos.
Hay centros -privados en su mayoría- en los que los profesores ESTÁN telemáticamente, interactuando de forma efectiva con sus alumnos. Con mejores o peores resultados, eso se verá en su día, pueden seguir su ritmo, administrar los contenidos, corregir las actividades, evaluar y reprogramar. Pero en muchos casos, la “telemática” disponible solo se está empleando -quizá no permite otra cosa- para mandar tareas, generalmente de forma unidireccional. Hay quienes dicen que algunos profesores actúan así por comodidad, y aunque pienso que puede que no les falte razón, también dirijo a ellos mis comentarios, pues no pueden quedarse fuera de juego.
No podemos ignorar que el sentir general, y la queja, es que se mandan muchas tareas y que estas requieren un considerable tiempo y esfuerzo, que frustra a los alumnos y que recae, fundamentalmente, EN LOS PADRES. Lo del tiempo puede ser asumible, bastaría con más dedicación, pero el esfuerzo requerido, en muchos casos insuperable de forma autónoma por parte de los alumnos, es indicador de que algo no se está haciendo bien. Y, sobre todo, algo no se está haciendo bien cuando no hay satisfacción general ni de padres, ni de alumnos, ni de profesores. Para ilustrar lo que digo baste con saber que hay grupos de wasaps en los que ¡los padres! se intercambian deberes de sus hijos resueltos por especialidad.
Y es que dentro de lo acuciante y desolador que esta situación resulta para tantas familias, lo que prometía ser un tiempo de convivencia entre sus miembros, integrando por supuesto y para tranquilidad de los padres, las tareas escolares, se está convirtiendo para muchos en un elemento de presión que a la vez está beneficiando a los alumnos “buenos” (siempre hay y habrá alumnos que aprenden con o sin profesor) o a los que disponen de medios y de padres formados. Y esto actúa claramente en el sentido de acrecentar las diferencias entre ellos, algo que el trabajo del profesorado en el aula debe gestionar y utilizar en beneficio de todos. Los padres también advierten que un aula no es un hogar y que en este existen múltiples estímulos difíciles de obviar, cuanto más de aprovechar.
Profesores de Educación Primaria ponen de manifiesto la frustración que les supone mandar fichas y fichas a alumnos que saben que solos no podrán cumplimentar o la imposibilidad de enseñar telemáticamente procedimientos tan fundamentales como coger bien el lápiz o mantener la mesa ordenada mientras trabajan.
Pero es que, además, se puede llegar a una paradoja socialmente peligrosa: pensar que, si esto fuera posible, fácil y productivo, estaríamos afirmando que la institución escolar es innecesaria, suprimible o sustituible por un ordenador o cualquier medio telemático.
Aunque se podría abundar más en estas y otras consideraciones de índole similar, quiero exponer en este punto de mis reflexiones que mi criterio, compartido con muchos docentes, es que estos días deberían emplearse para llevar a cabo procedimientos que las exigencias y prisas diarias no permiten acometer (los profesores saben cuáles son los más indicados para su materia o nivel) y, en cuanto a contenidos, aprovechar este tiempo para aprender lo que se ha quedado atrás o no se ha fijado bien y reforzar los conceptos básicos y fundamentales en los que asentar aprendizajes posteriores con flashes de recuerdo y actividades bien diseñadas, que se evalúen y permitan avanzar. Y en estas circunstancias es fundamental proporcionar un ritmo y unos plazos asequibles y una comunicación adecuada y estimulante.
La situación es dolorosa, pero tenemos por delante un tiempo precioso para hacer que los alumnos fomenten su autonomía y terminen el día con la sensación de que han alcanzado aprendizajes útiles y gratificantes, que se les han puesto retos que han sabido superar. Una madre manifestaba su contento porque había enseñado a su hija, que le preguntaba cómo debía dirigirse en un correo a una profesora para que le aclarara una duda; sabía que el lenguaje incorrecto y presuroso que utiliza en sus comunicaciones con los amigos no era el adecuado. Eso sí que es enseñar un procedimiento. Y una profe relata su asombro porque dos de los alumnos menos participativos y más disruptivos en clase son los que más le están dirigiendo consultas(!) Es una buena oportunidad para conocer realmente a las personas que se sientan en los pupitres.
Espero que en mi escrito no se lea ni entrelea una crítica hacia nadie, pues solo pretendo exponer que, ante lo que tenemos encima, aprender un poco más tarde (y digo aprender un poco más tarde, no desechar) las oraciones compuestas, las ecuaciones de segundo grado o las guerras napoleónicas, por ejemplo, resulta insignificante en comparación con que alumnos más conscientes, más responsables, más satisfechos y seguramente también más maduros, retomen las aulas. Y no digamos si encima son recibidos por profesores más experimentados y mejor valorados por una sociedad que ha percibido su trabajo no como una carga que añade presión a sus vidas en unos momentos tan dolorosos, sino como la ayuda que les ha permitido conocer mejor a sus hijos y verlos aprender a pesar de su necesario confinamiento.
Así pues, sin un elemento que coordine y aglutine, apelo al sentido común, a la empatía y a la responsabilidad de cada uno para que todos, en la medida de nuestras posibilidades, contribuyamos a que COVID 19 se vaya cuanto antes para quedarse allí donde la evolución lo lleve y ojalá que sea a la extinción.
Quiero avalar mis comentarios y a la vez desechar cualquier sospecha de corporativismo o de defensa del papel de madre (no lo soy), diciendo que soy profesora jubilada de Educación Secundaria, catedrática de Biología, que me he dedicado muchos años y sigo dedicándome a la Didáctica de la Ciencia y a la formación del profesorado y que valoro sobremanera los conocimientos y el aprendizaje. Quizá justamente por esto me permito hacer estos comentarios cuya lectura y posible difusión no solo permito, sino que agradezco.
Pepa Guerrero
Queridos compañeros,
ResponderEliminaros envio el link ( https://elpais.com/elpais/2020/03/24/opinion/1585071202_661178.html) a un articulo de Antonio Muñoz Molina que me ha gustado mucho. Su titulo es "El regreso del Conocimiento" y su resumen:
"Nos habíamos acostumbrado a vivir en la niebla de la opinión; pero hoy, por primera vez desde que tenemos memoria, prevalecen las voces de personas que saben y de profesionales cualificados y con coraje"
Un fuerte abrazo y cuidaros
Paco Portillo